La primera vez de Ana

Por: DieGO

Ana llegó a Bogotá el tercer día del penúltimo mes de 2010, un miércoles lluvioso no muy distinto de las tardes de otoño que vive en su natal Madrid en la misma época del año.
Tenía la inquietud de conocer el cerro de Monserrate sobre el cuál leía historias y escuchaba mitos al otro lado del Atlántico, y tras atravesar las ruinas de lo que alguna vez fuese la Avenida El Dorado, logró saciarla, aunque tristemente para ella, sus tradicionales escaleras también se encontraban en una interminable obra.

En su segunda tarde en el país, decidió probar Transmilenio (TM) el sistema de transporte masivo "orgullo" de la ciudad que hace eco de los 3mil millones de pasajeros movilizados (por no decir sofocados) y omite la cifra de celulares y demás objetos robados en 10 años. Así, con ilusión, minutos antes del inicio del himno nacional en todas las emisoras del país, la joven de dorados cabellos iniciaba su recorrido en la estación puentelargo, al noroccidente de la ciudad.

Transmilenio con puertas abiertas.
Pasó un tercio de hora esperando un articulado con puestos vacíos que nunca pasó mientras veía como algunos transitaban incluso con las puertas abiertas, y otros 10 minutos intentando ingresar en cualquiera de las tres rutas que se dirigen desde allí a la calle 45, también sin resultado por la cantidad de personas estacionadas en las puertas de la estación, finalmente logró tomar la ruta F19.

Una excesiva cantidad de gente y la nula ventilación, sumadas a la falta de costumbre y los 2600 metros de altura, le complicaron respirar en determinados momentos del trayecto, mientras un sinnúmero de cráteres en la vía le dificultaban mantener el equilibrio durante el recorrido; sin embargo, aprovechando su metro setenta de estatura y por alguna rendija, lograba recrear la vista con decenas de rutas EN TRÁNSITO, algunas estacionadas en medio de la nada, otras rodando vacías, causándole curiosidad.


Información oficial de TM (ampliar)
"Son las diecinueve horas del cuatro de noviembre de dos mil diez", anunció de repente y con voz de regaño la mujer de los alto-parlantes. La madrileña recordó haber visto en la página web de TM que el tiempo estimado en su recorrido hasta la calle 45 era "Aprox. 24 Minutos y 37 Segundos". Ya habían pasado muchos más, lo notó por la oscuridad en el cielo, y notó también que ya llevaba diez detenida, manteniendo el equilibrio a 30 grados de inclinación y quizás de temperatura. Lo único visible tras los cristales era el resplandor del H20 PORTAL USME en el siguiente bus rojo que esperaba ver la luz al final del túnel (el de la calle 80).

Cuando el bus empezó a moverse aumentó la incertidumbre de quienes iban sentados viendo bicicletas y peatones avanzar y perderse en la distancia, otros, incómodos, llamaban a los suyos disculpándose o bien pidiendo no ser esperados al no saber a qué hora llegarían a su destino, mientras los olores se condensaban en el hermético vehículo. 

Quienes tomaron el F19 en Puentelargo completaban una hora de desplazamiento mientras el conductor muy lentamente llegaba a la congestionada estación Marly, entre las calles 51 y 49. Allí, se detuvo, y no rodó más.

Ninguna solución
Las escasas ventanas abiertas que permitían el ingreso de un poco de aire en medio de las nubes de humo fueron cerradas evitando el ingreso de un olor putrefacto que emanaba el mismo vehículo e ingresaba por la parte posterior de la carrocería. La paciencia de los viajeros fue puesta a prueba cuando el conductor apagó el motor, nadie entraba, nadie salía, dentro del automotor las luces se extinguieron, la paciencia también.

El desespero y del pánico se apoderaron del bus y de la estación. Un puñado de personas descendió de las plataformas y se detuvo en el segundo carril de TM exigiendo una solución. Tras ellos, un F61 hacía cambio de luces mientras permanecía inmóvil, como cientos de pasajeros en la estación, igual al vehículo estropeado, y al F14 que aguardaba detrás, y a los cientos tras éste.

Como prueba de la incertidumbre, durante minutos, reinó el silencio.

Estado de las estaciones
Ana sólo quería llegar a su destino, como todos los pasajeros, esperaba una solución, y la de Transmilenio fue encender las luces del bus para esperanzar a los pasajeros y llamar a la Policía para expulsarlos y dispersar a los organizadores del improvisado paro en la vía. Esto desató el caos.

Las voces se alzaron, los gritos y cánticos sonaron, martillos y extintores fueron tomados de sus lugares, las sillas, ventanas, tubos, techo y pisos fueron golpeados, los avisos retirados y destrozados, y con múltiples esfuerzos las salidas de emergencia activadas, no obstante, estas permanecieron cerradas.

Cerca de 20 minutos duró el bloqueo
Cuando comenzó a operar, el sistema invadió los dos carriles centrales de la Avenida Caracas, igual las calles 80, 13 y otras tantas. Desde entonces por los carriles de TM sólo pueden circular los articulados, algunos de policía y eventualmente ambulancias en casos de extrema urgencia, cualquier otro vehículo que los invadiera sería sancionado con fuertes multas e incluso inmovilización del vehículo y retiro de la licencia. Sin embargo, Ana presenció cómo, sin el menor asomo de vergüenza, mientras seguía presa en el bus, el sistema no ha tenido problema en desplazar de repente a los vehículos particulares a un sólo carril por la carrera 14 y apropiarse de esta vía para hacer circular sus vehículos.

La irritación aumentaba entre los usuarios, a fuerza de golpes y perseverancia, por fin se abrió la puerta de emergencia y los primeros en bajar fueron a bloquear el carril particular invadido por Transmilenio, a ellos se unieron los más adelantados en la estación, clamando por una solución y un servicio justo. Tras ellos quedó detenida una ruta F19 con bastante espacio en los pasillos.

Ante la presión, el conductor de este nuevo bus abrió sus puertas y la gente que esperaba en el bus junto a Ana empezó a descender de este para transbordar, ella lo hizo con ayuda de un policía y abordó con todos el otro vehículo. Por fin avanzaron y el bus pronto llegó a la estación de la calle 45, se detuvo frente a la estación, la madrileña de cabellos dorados pensó que su odisea por fin terminaba. No fue así.

Ana se ubicó en la mitad del bus, en el caucho, y volvió a la mitad posterior, acercose a las puertas, y esperó su apertura para salir. Nuevamente, como toda la noche, su espera fue en vano y la estación se alejaba de su vista, quedó atrás.

Muy tenue, a lo lejos una raquítica voz vaticinó: "Próximas paradas: Calle 26 y Calle 19", la extranjera no la escuchó, pues fue opacada por los cánticos y gritos de unidad que retomaron fuerza tras acallarse momentáneamente, enérgicas palmadas a los costados del vehículo acompañados por repetidos "¡abra la puerta!", "¡vivan las víctimas de Transmilenio! y algún "nos va a llevar hasta la casa de su madre".

El caos continuó.
Durante las paradas en las dos siguientes estaciones crecía la furia en el bus, al llegar se golpeaba con más fervor y se cantaba más fuerte, contagiando a algunos en la estación y asustando a otros; Ana temía la ruptura de algún vidrio, y efectivamente sucedió a centímetros de su clara tez. Tras remover los restos, un joven de traje y corbata salió a través del hueco en la puerta en los doce segundos de parada en la estación Calle 19.

También en esta oportunidad intentaron abrir la puerta con el mecanismo de emergencia, y apenas lo lograron en la estación Ricaurte, ya sobre la calle 13 con carrera 30. Apenas allí pudieron descender las personas afectadas. Quienes regresaban al norte, lo hicieron en una "Ruta fácil Norte B1", la cual esperaron cerca de once minutos, muchos más del límite de cuatro promocionado por Transmilenio.


Por fin en la calle 45, cuando las manecillas de los relojes se encontraban una vez más sobre el número ocho, exhausta, aún nerviosa, algo temerosa y sin el brillo en su sonrisa de horas atrás, la ibérica pensaba en el hombre mayor que llamó su atención minutos antes al pedir una colaboración económica exhibiendo un desgastado documento para demostrar su necesidad dentro del B1.

Ana no quiere volver a montar en Transmilenio (es entendible), y puede darse el lujo de evitarlo, en algunos días regresará a su casa y ésta será apenas una experiencia para olvidar. Tristemente en Bogotá hay más de siete millones de víctimas de los abusos y atropellos de este sistema, con tarifas incluso más altas que las de muchos medios de transporte europeos más modernos, cómodos y rápidos; obligados a padecerlo día tras día, como consecuencia de la expulsión del transporte tradicional de sus rutas clásicas, o bien dados los trancones generados por las obras y, simplemente, no les queda de otra.

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