Por: DieGO
Ana llegó a Bogotá el tercer día del penúltimo mes de 2010, un miércoles lluvioso no muy distinto de las tardes de otoño que vive en su natal Madrid en la misma época del año.
Tenía la inquietud de conocer el cerro de Monserrate sobre el cuál leía historias y escuchaba mitos al otro lado del Atlántico, y tras atravesar las ruinas de lo que alguna vez fuese la Avenida El Dorado, logró saciarla, aunque tristemente para ella, sus tradicionales escaleras también se encontraban en una interminable obra.
En su segunda tarde en el país, decidió probar Transmilenio (TM) el sistema de transporte masivo "orgullo" de la ciudad que hace eco de los 3mil millones de pasajeros movilizados (por no decir sofocados) y omite la cifra de celulares y demás objetos robados en 10 años. Así, con ilusión, minutos antes del inicio del himno nacional en todas las emisoras del país, la joven de dorados cabellos iniciaba su recorrido en la estación puentelargo, al noroccidente de la ciudad.
Transmilenio con puertas abiertas. |
Una excesiva cantidad de gente y la nula ventilación, sumadas a la falta de costumbre y los 2600 metros de altura, le complicaron respirar en determinados momentos del trayecto, mientras un sinnúmero de cráteres en la vía le dificultaban mantener el equilibrio durante el recorrido; sin embargo, aprovechando su metro setenta de estatura y por alguna rendija, lograba recrear la vista con decenas de rutas EN TRÁNSITO, algunas estacionadas en medio de la nada, otras rodando vacías, causándole curiosidad.
Información oficial de TM (ampliar) |
Cuando el bus empezó a moverse aumentó la incertidumbre de quienes iban sentados viendo bicicletas y peatones avanzar y perderse en la distancia, otros, incómodos, llamaban a los suyos disculpándose o bien pidiendo no ser esperados al no saber a qué hora llegarían a su destino, mientras los olores se condensaban en el hermético vehículo.
Quienes tomaron el F19 en Puentelargo completaban una hora de desplazamiento mientras el conductor muy lentamente llegaba a la congestionada estación Marly, entre las calles 51 y 49. Allí, se detuvo, y no rodó más.
Ninguna solución |
El desespero y del pánico se apoderaron del bus y de la estación. Un puñado de personas descendió de las plataformas y se detuvo en el segundo carril de TM exigiendo una solución. Tras ellos, un F61 hacía cambio de luces mientras permanecía inmóvil, como cientos de pasajeros en la estación, igual al vehículo estropeado, y al F14 que aguardaba detrás, y a los cientos tras éste.
Como prueba de la incertidumbre, durante minutos, reinó el silencio.
Estado de las estaciones |
Las voces se alzaron, los gritos y cánticos sonaron, martillos y extintores fueron tomados de sus lugares, las sillas, ventanas, tubos, techo y pisos fueron golpeados, los avisos retirados y destrozados, y con múltiples esfuerzos las salidas de emergencia activadas, no obstante, estas permanecieron cerradas.
Cerca de 20 minutos duró el bloqueo |
La irritación aumentaba entre los usuarios, a fuerza de golpes y perseverancia, por fin se abrió la puerta de emergencia y los primeros en bajar fueron a bloquear el carril particular invadido por Transmilenio, a ellos se unieron los más adelantados en la estación, clamando por una solución y un servicio justo. Tras ellos quedó detenida una ruta F19 con bastante espacio en los pasillos.
Ante la presión, el conductor de este nuevo bus abrió sus puertas y la gente que esperaba en el bus junto a Ana empezó a descender de este para transbordar, ella lo hizo con ayuda de un policía y abordó con todos el otro vehículo. Por fin avanzaron y el bus pronto llegó a la estación de la calle 45, se detuvo frente a la estación, la madrileña de cabellos dorados pensó que su odisea por fin terminaba. No fue así.
Ana se ubicó en la mitad del bus, en el caucho, y volvió a la mitad posterior, acercose a las puertas, y esperó su apertura para salir. Nuevamente, como toda la noche, su espera fue en vano y la estación se alejaba de su vista, quedó atrás.
Muy tenue, a lo lejos una raquítica voz vaticinó: "Próximas paradas: Calle 26 y Calle 19", la extranjera no la escuchó, pues fue opacada por los cánticos y gritos de unidad que retomaron fuerza tras acallarse momentáneamente, enérgicas palmadas a los costados del vehículo acompañados por repetidos "¡abra la puerta!", "¡vivan las víctimas de Transmilenio! y algún "nos va a llevar hasta la casa de su madre".
Ana se ubicó en la mitad del bus, en el caucho, y volvió a la mitad posterior, acercose a las puertas, y esperó su apertura para salir. Nuevamente, como toda la noche, su espera fue en vano y la estación se alejaba de su vista, quedó atrás.
Muy tenue, a lo lejos una raquítica voz vaticinó: "Próximas paradas: Calle 26 y Calle 19", la extranjera no la escuchó, pues fue opacada por los cánticos y gritos de unidad que retomaron fuerza tras acallarse momentáneamente, enérgicas palmadas a los costados del vehículo acompañados por repetidos "¡abra la puerta!", "¡vivan las víctimas de Transmilenio! y algún "nos va a llevar hasta la casa de su madre".
El caos continuó. |
También en esta oportunidad intentaron abrir la puerta con el mecanismo de emergencia, y apenas lo lograron en la estación Ricaurte, ya sobre la calle 13 con carrera 30. Apenas allí pudieron descender las personas afectadas. Quienes regresaban al norte, lo hicieron en una "Ruta fácil Norte B1", la cual esperaron cerca de once minutos, muchos más del límite de cuatro promocionado por Transmilenio.
Por fin en la calle 45, cuando las manecillas de los relojes se encontraban una vez más sobre el número ocho, exhausta, aún nerviosa, algo temerosa y sin el brillo en su sonrisa de horas atrás, la ibérica pensaba en el hombre mayor que llamó su atención minutos antes al pedir una colaboración económica exhibiendo un desgastado documento para demostrar su necesidad dentro del B1.
Ana no quiere volver a montar en Transmilenio (es entendible), y puede darse el lujo de evitarlo, en algunos días regresará a su casa y ésta será apenas una experiencia para olvidar. Tristemente en Bogotá hay más de siete millones de víctimas de los abusos y atropellos de este sistema, con tarifas incluso más altas que las de muchos medios de transporte europeos más modernos, cómodos y rápidos; obligados a padecerlo día tras día, como consecuencia de la expulsión del transporte tradicional de sus rutas clásicas, o bien dados los trancones generados por las obras y, simplemente, no les queda de otra.
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