Cecilio Valdez y el canal de Panamá

Por: DieGO

Recuerdo la primera vez que escuché "el canal de Panamá", fue por mi tía Zoraida quien me invitó a verlo durante un vuelo a San Andrés cuando tenía unos 7 años. Atravesé ilusionado el avión y me ubiqué frente a la pantalla esperando ver un canal de televisión, al no ver señal alguna mi tía me señaló la ventana, "mire ahí abajo". Decepcionado, desconociendo lo que representaba el canal, volví a mi asiento.

Muestra de la fauna panameña
Pasarían 5 años para pisar el aeropuerto de Panamá, apenas algunas horas de escala con un intervalo de dos semanas entre las dos ocasiones, ya tenía idea de encontrarme en tierras otrora colombianas y que el canal no era de televisión sino un camino fluvial.

Y pasaron doce años para volver a la terminal aérea Tocumen, esta vez salí y respiré el húmedo aire del país centroamericano, rumbo al hotel esquivamos muchos de los populares "diablos rojos", los viejos y coloridos buses del transporte urbano panameño, caracterizados por su mala fama debida a su alta accidentalidad. El panorama con vista constante al mar y los sonidos del vallenato en la camioneta me hacían sentir en cualquier ciudad de la costa colombiana.

Sintonizando el canal de Panamá

Recaudó 1,482 millones USD en 2010
Todo en Panamá gira alrededor del canal, desde el comienzo de su construcción por los franceses, quienes desistieron por las numerosas vidas perdidas en el intento, pasando por la independencia de Colombia financiada por los Estados Unidos, y la culminación de la obra por parte de este país, ya con costos mucho más reducidos y la posesión del camino vial hasta el año 2000 con todas las ganancias.

La presencia de estos 80 kilómetros de agua y esclusas conectando el océano Atlántico y el Pacífico pusieron al país más sureño de Centroamérica en los ojos del mundo desde su concepción independiente por su importania en el transporte marítimo mundial, pues antiguamente los navíos debían ir hasta los polos para cambiar de océano.

Diez años después de su nacionalización, se notan los cambios en las edificaciones y los territorios antes ocupados por EEUU. Aún se conservan las cercas instaladas para separar a los panameños de su canal, es casualidad, sin embargo aún parecen cumplir su función.

Zona comercial en Panamá
Las construcciones tras las rejas apenas sobreviven en pie, ante el conocimiento escaso de los lugareños y la burocracia, "los políticos no saben qué hacer con los edificios de los gringos, hay muchos debates en el congreso pero no deciden nada y ya se están pudriendo esas moles de cemento vacías", explica el operario del tour con su confuso acento, mientras se esfuerza por mantener el equilibrio en el pasilo del bus que nos transporta, curiosamente casi todos los ocupantes son argentinos.

Mientras observamos artesanías andinas en una pequeña feria donde los ventiladores tratan de disimular el calor a pesar de la humedad que lo recrudece, noto la despreocupación y el desinterés de los panameños por esos "nuevos" territorios y su destino. Ochenta kilómetros de norte a sur, antiguas bases militares totalmente herméticas, "era más fácil entrar a la Casa Blanca en Washington que cruzar esas rejas" manifiesta el operario del tour, hoy esos terrenos siguen siendo ajenos a pesar de pertenecerles.

Irónicamente la economía del país gira alrededor del canal, por los ingresos que generan los impuestos a los barcos que lo atraviesan, el turismo y el comercio en sus puertos de Colón en el Atlántico y ciudad de Panamá en el Pacífico.
Los barcos y la neblina son parte habitual del panorama panameño

Cecilio Valdez y su historia


Contratamos una camioneta del hotel para que nos llevara a cierto hotel ubicado a hora y media de la ciudad de Panamá, el conductor es un hombre muy servicial, con su acento indescifrable nos describe el paisaje mientras combina el relato con sus vivencias personales.
"Yo tengo quince hijos, ¡todos profesionales!"
Es la frase más dicha por el pintoresco Cecilio mientras los los 33ºc del exterior son mitigados por el aire en su camioneta, y el relato es acompañado de vallenato, cuando mi madre madre comenta "he notado que a ustedes los panameñosles encanta el vallenato", él nos sorprende al responder: "yo soy colombiano".

Cecilio es chocoano, vivió un tiempo en este departamento del occidente colombiano, no tuvo mucho éxito y regresó a centroamérica, "me quedo en Panamá por la tranquilidad", resume, e interrumpe su relato: "¿Ven ese pueblo? ¡Ahí dejé cinco hijos!" cuenta orgulloso, hablando de esa época y la tranquilidad respectiva".

La camioneta es lo más tranquilo que ha manejado, pero no lo único, taxis, diablos rojos, camiones, botes y hasta buques cargueros han estado a su mando, es de los pocos hombres que han atravesado el canal, pues los capitanes de los barcos no tienen permiso para timonearlos a través de las esclusas, únicamente el capitán oficial puede hacerlo.

Pocos hombres cruzan las esclusas
"¿Ven ese pueblo? ¡Ahí tuve cinco hijos!", comenta en otro tramo del viaje. Sus hazañas han traspasado las fronteras, ha recorrido desde Panamá hasta Canadá manejando camión, lo dejó porque "ya no estoy para esos trotes", explica, y agrega con nostalgia "me gustaría ir a Colombia por tierra, pero todo el continente tiene carretera excepto el Darién, Colombia y Panamá son los únicos dos países limítrofes que no están conectados".

Por el camino recuerdo los pueblos de tierra caliente en Colombia y me dan ganas de un raspado, y los buscamos en carretera bajando la velocidad en las zonas donde podría haberlos, entre esas, la entrada al pueblo donde Valdez tuvo sus últimos cinco hijos. A pesar de todo, la búsqueda es infructuosa.

Cecilio me promete conseguir el anhelado raspado, y lo cumple a nuestro regreso a la ciudad de Panamá, a pesar de la fuerte niebla, permantente durante toda nuestra estadía en el país, y la lluvia, estaciona y me acompaña a cotizar, escoger y comprar el raspado en una zona comercial, "hay que darle buena atención al cliente, si uno se tiene que mojar un poco, no tiene nada de malo, a mí me gusta acompañar a la gente, lo demás son excusas", me cuenta con dedicación admirable, opuesta a la del vendedor de raspados, displicente, reacio a su labor, reflejado en el sabor del producto. No lo repetiría.
El raspado panameño, más químico, dista mucho del sabor colombiano.
Así terminan nuestras horas en el vecino país, el que siempre anheló la partida de las tropas estadounidenses, y dejamos al alegre Cecilio quien vivió toda la transición y siente que todo tiempo pasado fue mejor.

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