Por: DieGO
Febrero 9 de 2009
"Ya no salen más autobuses de aquí para Pamplona", dijo la dependiente de la compañía en la estación.
Tras despertar y desayunar en Berlín, había pasado por la también alemana ciudad de Dusseldorf donde un "Eis" recargó mi energía, y había almorzado en la italiana Bérgamo, donde el postre fue un Gelato. Ahora estaba en la estación de autobuses de Santander, pensando si hospedarme en la misma residencia que me había albergado tres noches atrás, cuando escuché de nuevo la voz de la mujer:
"Puede irse hasta Bilbao y allá es más probable que aún encuentre transporte a Navarra", era mi otra opción. Una ciudad más grande y una hora más cercana a casa, hacían más posible encontrar transporte, por vía terrestre o ferrea, así pues, aventurarme a lo desconocido, la quinta ciudad en un día, fue el factor determinante para mi decisión, emprendí rumbo a la capital vasca.
La maleta parecía más pesada con el paso de las horas, ya había cansancio cuando desperté en territorio bilbaíno. Las pantallas de la estación de autobuses marcaban las nueve de la noche y alternaban indicando los dos grados centígrados presentes en la ciudad.
Los letreros, mitad en español y mitad en vasco, me guían a la cabina de la única empresa que viaja a Pamplona, la veo vacía; noto una pequeña puerta a su lado abriéndose empujada por una mujer, el logo en su camisa me hace imaginar el calor en su cubículo, y me invita a preguntarle por el transporte a mi destino. El silencio incómodo y el ventarrón previo a su contestación, fueron presagio inequívoco de una respuesta que no hubiera deseado escuchar: "¿Pamplona? Mañana a las ocho de la mañana sale alguno. Esta noche ya nada"
"Ya no salen más autobuses de aquí para Pamplona", dijo la dependiente de la compañía en la estación.
Tras despertar y desayunar en Berlín, había pasado por la también alemana ciudad de Dusseldorf donde un "Eis" recargó mi energía, y había almorzado en la italiana Bérgamo, donde el postre fue un Gelato. Ahora estaba en la estación de autobuses de Santander, pensando si hospedarme en la misma residencia que me había albergado tres noches atrás, cuando escuché de nuevo la voz de la mujer:
"Puede irse hasta Bilbao y allá es más probable que aún encuentre transporte a Navarra", era mi otra opción. Una ciudad más grande y una hora más cercana a casa, hacían más posible encontrar transporte, por vía terrestre o ferrea, así pues, aventurarme a lo desconocido, la quinta ciudad en un día, fue el factor determinante para mi decisión, emprendí rumbo a la capital vasca.
La maleta parecía más pesada con el paso de las horas, ya había cansancio cuando desperté en territorio bilbaíno. Las pantallas de la estación de autobuses marcaban las nueve de la noche y alternaban indicando los dos grados centígrados presentes en la ciudad.
Los letreros, mitad en español y mitad en vasco, me guían a la cabina de la única empresa que viaja a Pamplona, la veo vacía; noto una pequeña puerta a su lado abriéndose empujada por una mujer, el logo en su camisa me hace imaginar el calor en su cubículo, y me invita a preguntarle por el transporte a mi destino. El silencio incómodo y el ventarrón previo a su contestación, fueron presagio inequívoco de una respuesta que no hubiera deseado escuchar: "¿Pamplona? Mañana a las ocho de la mañana sale alguno. Esta noche ya nada"