Por: DieGO
Por la carretera de Sasaima, un grupo de uniformados resguardados en una pequeña caseta asaltan a los vehículos que transitan la ruta, y posteriormente les obligan a pasar por terribles trochas, con más huecos que asfalto, para llegar a su destino. Esta modalidad de robo es llamada "peaje". Muchos de estos, y los constantes letreros de "obra en la vía" enmarcan el camino a la costa, la futura "ruta del sol".
Así emprendemos viaje la tarde del miércoles, Carlos "pocho" Amaya, Richard Leguízamo y quien firma esta nota, en la móvil 2 de la cadena Súper de Colombia. Varios tramos con paso a nivel donde pudimos estirar las piernas mientras los vehículos permanecían inmóviles en la carretera, mientras la cantidad de curvas iba disminuyendo y la temperatura ambiente aumentando.
Sobre las 9 de la noche, en La Dorada, departamento de Caldas, un particular trancón marcó una nueva pausa, los lugareños nos sugirieron atravesar el pueblo para salir al puente que limita la base militar de la zona. Seguido el consejo cortamos camino y alcanzamos a salir más adelante para converger con el trancón en otro punto donde logramos avanzar tras media hora de detención. Al movernos, dos camiones frente a nosotros chocaron al no caber en un mismo espacio. Gracias a la pericia de Pocho y al pequeño tamaño de nuestro vehículo, logramos rodear al más pequeño de los camiones, esquivar un par de conos dispuestos por el ejército y proseguir nuestro camino.
La demora había sido ocasionada por el estallido de un tubo de gas en el costado del puente correspondiente a la base militar. Otros vehículos no tuvieron la misma suerte y solo pudieron abandonar este punto a la madrugada siguiente.
En Puerto Araujo, ya en el departamento de Santander, descansamos poco menos de cinco horas, dejamos atrás las curvas incesantes y la oscuridad de la noche y sobre las 6 de la mañana un sol inclemente acompañó nuestro segundo día de viaje, ahora por largas rectas hasta el corazón de la cultura vallenata.
El Valle de Upar
No sorprende que en tierra caliente las motos sean el medio de transporte predilecto, lo que sí es atípico en la capital del Cesar son dos particulares reglas:
- No pueden haber hombres parrilleros. Dos mujeres pueden ir en una moto, pero dos hombres no.
- Las motos no pueden transitar entre las seis de la tarde y las seis de la mañana.
Esto último como consecuencia del tráfico, "pensaron que Valledupar siempre iba a ser pequeña, y ahora está llena de trancones", explica el profesor universitario Arminio Mestra, oriundo de Cereté, en el departamento de Córdoba, quien también ha venido a disfrutar el Festival.
Los nuevos trancones contrastan con la tradicional alegría de esta joven capital, donde todas las calles se contagian sin excepción del calor vallenato, las 24 horas del día.
La primera noche salimos a tomar algo, ya con Felipe Páez y el profesor Arminio, cuando Pocho salió corriendo, detrás Felipe y Arminio, mientras yo los esperaba con sus pertenencias. "Pocho vio pasar la móvil subida en una grúa", me explicó Felipe al volver, pues la calle estaba a mi espalda, "ahí corrimos detrás, Pocho logró encaramarse y se montó al carro, toca esperar a que nos llame", agregó.
No fue nuestro primer encuentro con la policía. Ya en las carreteras del Cesar nos había detenido un grupo de Tránsito por un exceso de velocidad cometido en un adelanto a una caravama de tractomulas en los kilómetros previos.
En esta noche, recuperamos la móvil de un parqueadero a las afueras de la ciudad, gracias a la amable gestión de la policía del departamento. A partir de entonces, nos concentramos en el concurso.
La fiesta de los acordeones
Toda una ciudad al ritmo del vallenato, desde los colegios hasta la Feria Ganadera, pasando por el engañoso parque del Helado, donde no hay ningún monumento a los helados, ¡ni siquiera venden helados! y la mítica plaza Alfonso López, con su palo 'e' mango y toda la tradición que se respira junto a la tarima Francisco El Hombre, cuyo nombre homenajea a quien venció al Diablo tocando el acordeón, según cuenta la leyenda, y por supuesto el joven coliseo Cacique Upar, donde hace casi una década se concentran las grandes presentaciones del Festival.
Los otros reyes fueron: Jaime Luis Campillo Castañeda en la categoría Aficionado, Fabio Felipe Villabona Herrera en Juvenil, y el compositor bogotano, Germán Villa Acosta, con el merengue ‘El rey del folclor’, alzó el Cacique Upar en Canción Inédita.
A pesar de las incomodidades para la prensa, la falta de zonas ideales en adecuación y ubicación en los distintos escenarios, del calor inclemente y los jurados que llegan dos horas después de lo que deberían, la fiesta nunca se empaña.
Al final, más de 147 millones de pesos en premios, decenas de miles de asistentes y muchos más presenciando las finales por televisión de un festival que hay que vivir, sin lugar a duda, por lo menos una vez en la vida.
Curioso eso de que no puedan ir dos hombres en la moto. ¿ A que se debe ? ¿Porque todos son machos machos o porque cada hombre debe tener su moto ?
ResponderEliminarAducen razones de seguridad
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