El crimen de crecer

Por: DieGO

Si usted nació en los años ochenta y creció en los noventa seguramente recordará haber jugado con yoyo cuando estaba en el colegio, y pasada la fiebre habrá tenido también un trompo para el cual no todos teníamos la misma habilidad, y tarde o temprano todos jugábamos también con las canicas y demostrábamos particular admiración por quien poseía las codiciadas Potas. Todos fuimos expertos "canicólogos" y reconocíamos sin error las petroleras, las colombianas y las demás especies, hablando de ellas con total autoridad. Y si no era su favorito, se integraba en la siguiente fiebre típica que solía ser la coca. En mi caso era más común embocarla en mi pulgar y no en la base.

A pesar de estar prohibidas en muchos colegios, eran una manera sana y brillante de integración con los compañeros, en mis últimos años aparecieron el fuchi y el diábolo, éste último se ve hoy apenas en semáforos y circos de la capital.

Tal vez usted también dijo alguna vez frases como "¿Puedo jugar?", "¡Yo al gol!" o "¡Uno pa' cada equipo!" me abrieron muchas puertas en la vida, en muchos casos resultaron apenas en ratos divertidos jugando con algún "el gordo", "el chiqui", el de la camiseta de X equipo o país, o alguno simplementa llamado por el texto que tuviese en su casaca de turno; en otras oportunidades conocí grandes personas quienes aún hoy son mis mejores amigos.

En el conjunto donde crecí, jugábamos a las escondidas, tarro, metegol tapa, rebota uno, cestas, herradura, rejo quemado, cogidos, congelados, yermis (éste era el más costoso pues requería bates, raquetas o palos, una pelota de tenis o béisbol, y las tapas de gaseosa).

Recuerdo (y confieso: añoro y extraño) tal interacción y en sí esa bella época. 

Cada viernes jugábamos partidos de micro con balón de fútbol, celebrábamos con gaseosa (todos, bien ganáramos o perdiéramos) y rematábamos viendo una película o jugando Súper Nintendo o Play Station (pero el 1, el grande) en casa de un amigo. ¡Ah, épocas aquellas!

La simpleza de la vida: Un estacionamiento era un escenario paradisíaco para jugar a las escondidas, dos árboles se convertían en un arco, el otro podía armarse entre maletas, sacos, ramas o simplemente piedras, y en el caso más precario, una botellita de jugos Piti se oficiaba como balón. Caminar bajo la lluvia o embarrar la ropa no era ninguna preocupación, cantar y saltar en la calle al ir de un lado a otro no era mal visto, hasta un día infame en el cual dejamos de salir y disfrutar, qué día triste dejamos de  hacerlo para andar al unísono con los demás, cuándo y por qué dejamos de disfrutar la simple diversión del camino.

Sin darnos cuenta, jugar se convirtió en un imperdonable crimen. 

En mi caso, una mudanza a un barrio antipático lleno de parques y canchas siempre desocupadas, vacío de espíritu; marcó el final de esa etapa, pero mi caso no es el único.

"Hoy los niños ya no juegan con boliches", me decía durante una parranda el cantautor  vallenato Toño Urbina, oriundo de la Guajira, donde llaman boliches a las canicas, "tampoco al trompo, ni con el yoyo", sentenciaba.

Concluíamos entre copas de whisky y notas de acordeón que ahora la infancia se pasa entre computadores y videojuegos que enajenan a los niños, sin ir muy lejos vi en mi barrio un par de niños entre los 4 y los 7 años jugando ensimismados en un Gameboy cada uno mientras su madre hacía lo propio con en su Blackberry: Común panorama.

Hoy los trabajos grupales son realizados por cada quien desde su computador a través de mensajería instantánea, nadie se reúne siquiera a jugar sino lo hacen por red y hasta los clásicos juegos de mesa tipo ajedrez o el dominó y mi favorito: el triqui, son virtuales y a menudo despreciados. 

Es evidente que factores como la inseguridad hace menos atractivo conocer gente nueva y los trancones bogotanos sumados a un pésimo sistema de transporte masivo desmotivan visitar a los amigos si no viven cerca. 

Las nuevas viviendas construidas hacia el cielo han desplazado infinidad de parques y algunas cobran el uso de las escasas áreas comunes cuando no carecen de ellas haciendo cada vez más improbable la interacción. 

Y muchos de los vendedores ambulantes de yoyos, trompos, diábolos, canicas, cocas, laberintos de cartón con balines y otros artículos, quienes sobrevivían marcando estas tendencias en los colegios, han sido desplazados por políticas de recuperación de espacio público sumadas a los intereses capitalistas de unos poco.

Unos dicen que cada época tiene sus cosas buenas, otros dicen que todo tiempo pasado fue mejor, mis amigos decían "pica pala sin saltis y pisando cordón", y yo digo "Tacho, remacho, no escribo más".


*Potas: Las canicas más grandes. 
*Coca: balero.

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